martes, 18 de noviembre de 2008

SONIDOS

El director alemán Wim Wender fue invitado por el Gobierno Portugués a realizar una película que conmemorara en 1994 la capitalidad cultural Europea, que correspondía ese año a la ciudad de Lisboa. La película “Historia de Lisboa” fue en realidad un homenaje a los sonidos de la ciudad. Su protagonista, un ingeniero de sonido (Phil) recibe una postal de su amigo y director de cine Fritz, en la que le pide ayuda para terminar una película en Lisboa. Phil se desplaza a Portugal y, aunque no encuentra a su amigo, se dedica a recorrer, micrófono en mano, los barrios históricos ―La Baixa, El Xiado, el Barrio Alto, Alfama― para tratar de captar la esencia de esa ciudad. Baste decir que Phil se aloja en la casa donde ensaya el mítico grupo Madredeus. En fin... muy recomendable para los que amen esta ciudad.

En la página 146 de esa joya de libro que es Casa de la cultura de La Isleta, editado en 2007 encontramos una referencia a los sonidos de La Isleta:
Desde primeras horas de la mañana, la calle era un bullicio de voces, por el trasiego de gentes. Pasaba el vendedor de ciego que siempre decía “paara hoy... se juega hoy”, o el otro que decía “paaaaraaaaaahoy”. Un vendedor de pescado que cantaba con la voz muy ronca de darle al ron, y decía... “hay pess-cao frescooouu”, o el “sfhiutururuu turururu...” del pito del afilador de cuchillos y tijeras, que cruzaba la calle con su bicicleta; pero... el sonido que más me llamaba la atención era la voz de una mujer, que pasaba con un cereto sobre un paño ovillado en la cabeza, y que también cantaba su tonadilla: “aaa lo bicuo aa lo bicuooo” y... yo no entendía lo que ofrecía; tardé tiempo en saber qué quería decir, que vendía esa señora con ropa negra y delantal. Ya pasados unos años, un día que jugaba en la calle, al oir de nuevo “aaa lo bicuo a lo bicuoo”, pude descubrir que lo que llevaba esa señora en la cesta eran berros, que su canto era “aaa los berros aa los berroooos”. (“Los sonidos de la calle”, de José L. Luzardo González)

Indagando un poco en estos sonidos averiguamos que aquella mujer se llamaba Luisa y venía todos los martes con sus berros frescos desde las medianías de la Isla. Durante años, en los que el tiempo pasaba de otra manera, Luisa estuvo cantando aquella cantinela, a la que sin embargo debo añadir un pequeño matiz, para ir así construyendo la historia oral del barrio: “aaa lo bicuo, cristiano, aaa lo bicuoo”

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