martes, 25 de noviembre de 2008

FRADÍAS

Salvador Dalí

A veces asaltan las fiebres racionalistas a los corazones pensantes y surge la eterna discusión entre decimalistas y duodecimalistas. Cómo si pudiera existir un mundo mejor o un mundo más perfecto al que acostumbramos a transitar, saltan los duodecimalistas diciendo que en base doce la vida hubiera sido mucho más cómoda, porque el doce, como sucede en los relojes, es divisible por 6, por 4, por 3, por 2 y por 1, mientras que el diez es sólo divisible por 5, por 2 y por 1. Que todo se simplificaría si las docenas fueran el patrón de medida y no las decenas como sucede en realidad.
Los decimalistas, triunfadores absolutos, pretenden rematar la faena asaltando el tiempo con su base diez. Así las cosas, en un hipotético triunfo de esos fundamentalismos, terminaríamos dividiendo el día en 20 partes o fradías (en vez de las 24 horas que conocemos). Cada fradía se subdividiría en 50 minías (que es lo más cercano a los minutos actuales) y cada minía se correspondería con 50 sedías (descendientes de los históricos segundos). El mayor inconvenientes es ajustar nuestros cronómetros interiores a las nuevos tiempos, ya que, por ejemplo, cada nuevo segundo (sedía) equivale a 1’728 segundos antiguos, lo que sin duda podría contribuir a una ralentización de la vida frenética que nos llevan.
Yo particularmente, aunque convencido de las ventajas del sistema en base doce, no dudaría en mantener el que ya tenemos. Además también creo que la victoria del sistema decimal responde a una cosa tan simple como que tenemos cinco dedos en cada mano y no seis (cosa que mi primo Juan discutiría). A veces uno agradece tanta imperfección, tanto combate a la monotonía del racionalismo, que por mucho que se empeñe, nunca será capaz de repetir un centro histórico medieval o un atardecer.

lunes, 24 de noviembre de 2008

NO CONTEIS LA PELI

escena por la que no merece la pena esperar toda una película

¡Ej que me yerbe la sangre!. El muñeco era simpático, como un aparato de esos que se usan para grabar las películas. Salía al principio y te decía que apagaras el móvil, no vaya a ser que sonara en medio de la película. Hasta ahí todo bien. Lo peor venía luego, cuando, sin venir a cuento, soltaba eso de “pero luego no contéis la peli”, dicho así, como hablan los peninsulares, “no contéis la peli”. Ahí es cuando se me ocurrió pensar que ¿quién se ha creido que es ese machango para decirme lo que tengo y no tengo que hacer?. ¡Estaría bueno!. Según eso lo mejor es que no hablemos, que no digamos nada. Lo apunté bien apuntadito en la libreta y al llegar a casa se lo dije a mi nieta. Pero ella también me dijo que era una faena contar la película. Que era mejor poder verla sin conocer la historia. Mi mujer también pensaba igual.
¿Dónde quedó el arte de contar las historias?. A mi hermano le encanta contar las películas que ve. Nunca se me ocurriría decirle que no me contara una de sus películas. Eso es. Al contármelas pasan a ser suyas y también mías. Las otras, la que echan en el cine, si de verdad son de las buenas tiene que saber aguantar a los que ya conocen el argumento. Así por lo menos eran las buenas películas de antes. Lo malo es que la mayoría de las películas de hoy en día no aguantan un segundo pase, se desinflan, aburren. Están pensadas para dar una única sorpresa como aquella de "El club de los poetas muertos" que la segunda vez te pasas todo el tiempo bostezando a la espera de las cosas que curiosamente ya habías visto en el trailer. Eso es, visto el trailer, vista la película.

viernes, 21 de noviembre de 2008

EAU

Pozo de agua en África
Hoy le tocó el turno a una mesa redonda dentro de las "1ª Jornadas sobre gestión del ciclo hidrológico y desarrollo sostenible: problema y soluciones para África", celebradas en la casa de África (http://www.casafrica.es/), en Las Palmas de Gran Canaria los días 20 y 21 de noviembre de 2008. No alcanzo a expresar la fortuna que tenemos en esta ciudad por contar con esta Institución que está contribuyendo a aliviar en parte la enorme deuda que hemos acumulado los últimos 30 años con nuestro continente vecino.
La cultura del agua es uno de los patrimonios intangibles más importantes que poseemos en Canarias. Aunque en los últimos años ha retrocedido, afortunadamente son muchos los valores que conservamos del legado de generaciones anteriores: presas, acueductos, acequias, galerías, desaladoras, etc.
Las azoteas de La Isleta se encuentran pobladas de bidones de uralita o de plástico. Hace ya algunos años el agua subía a los bidones una o dos veces a la semana. El ritual del baño pasaba por consumir un único balde de agua por persona. Tras la ceremonia del enjuagado, enjabonado y aclarado siempre quedaba en el balde un resto de agua que volcábamos sobre la cabeza como un verdadero bautizo de alegría.

jueves, 20 de noviembre de 2008

MARAÑA

Hoy tuvimos la fortuna de volver al Estadio Insular. Con motivo del concurso promovido por el Cabildo de Gran Canaria para recuperar este espacio para la ciudad, se nos permitió adentrarnos hasta los lugares más recónditos de nuestra particular bombonera. Entramos por tribuna hasta el mismísimo centro del campo, subimos al rincón de los ultra naciente y escalamos hasta los habitáculos de la prensa. Fui más veces al Estadio para ver y escuchar a Serrat, Sabina, Aute, Silvio o Pablo que para ver a la Unión Deportiva.
Sin embargo la pasión por el futbol fue muy anterior a las canciones de autor. Las chapas fueron compañeras de la infancia hasta el punto de comprar las estampas no para rellenar el album sino para completar los equipos. Como la mente es selectiva son muy pocas las caras de jugadores que todavía recuerdo: Morete, Brindisi, Hernández, Roque o el portero Carnevalli, que ocupaba a lo ancho el centro de la caja de fósforos rellena de espelma con bolitas de plomo para darle más peso.
De entre todos ellos, tengo un recuerdo muy especial de Paez -aquel jugador de La Isleta- cuya chapa tenía su falda cuidadosamente desplegada, de modo que era infalible a la hora de tirar las faltas a media distancia. El sonido del "cloc-cloc" del garbanzo, después de superar el portero por alto, alojándose en el fondo de la caja de conservas conchita figurará para siempre entre los sonidos más placenteros de mi infancia.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Y LOS SUEÑOS CINE SON

Hace unos días vi por primera vez la película de Federico Fellini Ginger y Fred (1985) en la que Julietta Masina y Marcelo Mastroiani nos regalan la interpretación de Amelia y Pippo, una pareja de bailarines que durante los años 1940 realizaban imitaciones de los bailes de los míticos Fred Astaire y Ginger Rogers y que ahora vuelven a encontrarse después de 30 años, invitados a la gala de Navidad de un programa televisivo.
No dejen de ver a Mastroiani inventándose el origen del Claquet, o verlos sentados en medio del escenario, planeando su fuga durante un apagón en el plató. Lo que comienza siendo una crítica al mundo de la televisión, se convierte en una suerte de tolerancia hacia su existencia. Tolerancia como la que despliegan Pippo ―ejemplo de bebedor lúcido y vividor mentiroso― y Amelia ―empresaria, abuela y ejemplo de sensatez y moderación― ante sus inevitables diferencias, que los han llevado a unirse y separarse una y otra vez en diferentes momentos de su vida. Fellini cierra la película en una estación de tren, pero deja una preciosa puerta abierta por la que se cuela la vida cotidiana.

martes, 18 de noviembre de 2008

SONIDOS

El director alemán Wim Wender fue invitado por el Gobierno Portugués a realizar una película que conmemorara en 1994 la capitalidad cultural Europea, que correspondía ese año a la ciudad de Lisboa. La película “Historia de Lisboa” fue en realidad un homenaje a los sonidos de la ciudad. Su protagonista, un ingeniero de sonido (Phil) recibe una postal de su amigo y director de cine Fritz, en la que le pide ayuda para terminar una película en Lisboa. Phil se desplaza a Portugal y, aunque no encuentra a su amigo, se dedica a recorrer, micrófono en mano, los barrios históricos ―La Baixa, El Xiado, el Barrio Alto, Alfama― para tratar de captar la esencia de esa ciudad. Baste decir que Phil se aloja en la casa donde ensaya el mítico grupo Madredeus. En fin... muy recomendable para los que amen esta ciudad.

En la página 146 de esa joya de libro que es Casa de la cultura de La Isleta, editado en 2007 encontramos una referencia a los sonidos de La Isleta:
Desde primeras horas de la mañana, la calle era un bullicio de voces, por el trasiego de gentes. Pasaba el vendedor de ciego que siempre decía “paara hoy... se juega hoy”, o el otro que decía “paaaaraaaaaahoy”. Un vendedor de pescado que cantaba con la voz muy ronca de darle al ron, y decía... “hay pess-cao frescooouu”, o el “sfhiutururuu turururu...” del pito del afilador de cuchillos y tijeras, que cruzaba la calle con su bicicleta; pero... el sonido que más me llamaba la atención era la voz de una mujer, que pasaba con un cereto sobre un paño ovillado en la cabeza, y que también cantaba su tonadilla: “aaa lo bicuo aa lo bicuooo” y... yo no entendía lo que ofrecía; tardé tiempo en saber qué quería decir, que vendía esa señora con ropa negra y delantal. Ya pasados unos años, un día que jugaba en la calle, al oir de nuevo “aaa lo bicuo a lo bicuoo”, pude descubrir que lo que llevaba esa señora en la cesta eran berros, que su canto era “aaa los berros aa los berroooos”. (“Los sonidos de la calle”, de José L. Luzardo González)

Indagando un poco en estos sonidos averiguamos que aquella mujer se llamaba Luisa y venía todos los martes con sus berros frescos desde las medianías de la Isla. Durante años, en los que el tiempo pasaba de otra manera, Luisa estuvo cantando aquella cantinela, a la que sin embargo debo añadir un pequeño matiz, para ir así construyendo la historia oral del barrio: “aaa lo bicuo, cristiano, aaa lo bicuoo”

lunes, 17 de noviembre de 2008

EL VICTORIA

La imagen no podía ser más concluyente, el sombrero del abuelo flotando en un charco de arenas movedizas. Así quedaba claro el desenlace de aquel culebrón cinematográfico que repetían una y otra vez en la sesión doble del cine Victoria. Eran tiempos de cine en que las cinco salas de La Isleta se llenaban de chiquillos. En su última etapa también supo captar la atención de jóvenes y no tan jóvenes, en aquellas sesiones de medianoche, a veinte duros, en las que trataba de emular el ambiente de filmoteca con la repetición de películas de mayor calidad.
Pero los tiempos cambiaron, y también el público y el cine. La reconversión no llegó a darle el uso que el espacio pedía y, aunque el Ayuntamiento realizó un último intento convirtiéndolo en la sede de la Universidad Popular del Barrio, finalmente fue abandonado a su suerte. Los tiempos de bonanza económica pujaban por aprovechar cualquier resquicio de la ciudad para el beneficio inmobiliario y así, en el año 2003, el cine Victoria, como aquel Roxi cantado por Serrat o el Cinema Paradiso de Giussepe Tornatore, también dejaba paso a una promoción de viviendas.
Todavía, cuando paso por allí, imagino la silueta del cine descansando en ese rincón del barrio, más o menos como el sombrero en el charco de arenas movedizas.