jueves, 20 de noviembre de 2008

MARAÑA

Hoy tuvimos la fortuna de volver al Estadio Insular. Con motivo del concurso promovido por el Cabildo de Gran Canaria para recuperar este espacio para la ciudad, se nos permitió adentrarnos hasta los lugares más recónditos de nuestra particular bombonera. Entramos por tribuna hasta el mismísimo centro del campo, subimos al rincón de los ultra naciente y escalamos hasta los habitáculos de la prensa. Fui más veces al Estadio para ver y escuchar a Serrat, Sabina, Aute, Silvio o Pablo que para ver a la Unión Deportiva.
Sin embargo la pasión por el futbol fue muy anterior a las canciones de autor. Las chapas fueron compañeras de la infancia hasta el punto de comprar las estampas no para rellenar el album sino para completar los equipos. Como la mente es selectiva son muy pocas las caras de jugadores que todavía recuerdo: Morete, Brindisi, Hernández, Roque o el portero Carnevalli, que ocupaba a lo ancho el centro de la caja de fósforos rellena de espelma con bolitas de plomo para darle más peso.
De entre todos ellos, tengo un recuerdo muy especial de Paez -aquel jugador de La Isleta- cuya chapa tenía su falda cuidadosamente desplegada, de modo que era infalible a la hora de tirar las faltas a media distancia. El sonido del "cloc-cloc" del garbanzo, después de superar el portero por alto, alojándose en el fondo de la caja de conservas conchita figurará para siempre entre los sonidos más placenteros de mi infancia.

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