viernes, 7 de noviembre de 2008

VENENO

"La muerte de Sócrates", de Jacques-Louis David. Se representa el momento en que el filósofo bebe la cicuta en 399 a.C.
He sido definitivamente inoculado por el veneno del consumo. La conciencia del contagio me vino durante un sueño, pues, el veneno también causa estragos en mi subconsciente. Me encontré interesado en comprar una parcela junto al lugar donde transcurre mi sueño más querido. Allí estaba yo con mi nuevo espíritu capitalista y mi chequera. En cuanto llegan las fechas de derroche masivo, deambulo por los lugares comerciales sometido al oleaje de "los que compran". He pedido un crédito hipotecario, con la obligación de pagar mensualmente, durante treinta años, una cantidad que me clavará al suelo sin remedio, como una religión. El veneno consigue por un lado que comprenda las ventajas de tener dinero, la importancia de los tipos de interés, la conveniencia de invertir en bolsa los excedentes, como hacen históricamente las hormigas. Por otro lado el veneno es capaz de encontrar argumentos para aplazar la justicia social, el reparto de las riquezas o para explicar el porqué de nuestros insultantes privilegios.
Me han dicho que existen dos remedios para este mal: el primero, el más fácil, consiste en no ofrecer resistencia, en convivir con el veneno hasta el punto de no volver a notar su presencia (o sea, convertirse en rinoceronte según Ionesco). El segundo remedio es algo más doloroso. Se trata de luchar contra el veneno siguiendo y apoyando el ejemplo de aquellos/as que no están contagiados/as. Claro que en este caso, lo difícil es reconocer, como diría Italo Calvino “quién dentro del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio"

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