
No dejen de ver a Mastroiani inventándose el origen del Claquet, o verlos sentados en medio del escenario, planeando su fuga durante un apagón en el plató. Lo que comienza siendo una crítica al mundo de la televisión, se convierte en una suerte de tolerancia hacia su existencia. Tolerancia como la que despliegan Pippo ―ejemplo de bebedor lúcido y vividor mentiroso― y Amelia ―empresaria, abuela y ejemplo de sensatez y moderación― ante sus inevitables diferencias, que los han llevado a unirse y separarse una y otra vez en diferentes momentos de su vida. Fellini cierra la película en una estación de tren, pero deja una preciosa puerta abierta por la que se cuela la vida cotidiana.
1 comentario:
Ahora más que nunca puedo asegurar, con absoluto rigor, que estás entre "mis favoritos"
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